Discurso del Presidente de la República Portuguesa en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe - CEPAL
Santiago de Chile, 7 de noviembre de 2007

Señor Secretario Ejecutivo de CEPAL, José Luís Machinea
Señoras y Señores

Ha sido con gran placer que he aceptado la invitación con la que me ha honrado para incluir, en mi visita oficial a Chile, un encuentro con la CEPAL una de las Comisiones regionales con más prestigio de las Naciones Unidas.

A lo largo de sus más de cincuenta años de existencia, la CEPAL se ha afianzado como una entidad de referencia en el análisis de los procesos de desarrollo económico y social de los países latinoamericanos y del Caribe, y como un polo importante de fomento y apoyo a la coordinación y a la cooperación regional e internacional.

Portugal es uno de los Estados miembros de la CEPAL desde 1984 igual que otros países europeos geográficamente distantes pero que permanecen relacionados con esta región del mundo por fuertes lazos históricos, económicos y culturales. Lazos que fundamentan una convergencia natural entre Europa y Latinoamérica formada por lenguas y culturas, afinidades, valores e incluso por afectos. Formada en suma, por todo un patrimonio que debe ser valorizado y traducirse en una auténtica colaboración estratégica.

La adhesión de Portugal y de España a la Unión Europea en 1986 nos trajo un interés creciente y una atención renovada de la relación de Europa con Latinoamérica. No es por casualidad que el primer encuentro ministerial entre la Unión Europea y Mercosur se realizase durante la primera presidencia portuguesa de la Unión en 1992. Y más recientemente, también ha sido durante la actual presidencia que se realizó en Lisboa la primera Cumbre UE-Brasil.

Lejos de cohibir, como algunos temían, las relaciones privilegiadas que mantiene con varias regiones del mundo, sobre todo con los países de lengua portuguesa y con los de Iberoamérica, la participación de Portugal en la Unión Europea ha funcionado como una palanca para reforzar esas relaciones.

Transcurridas más de dos décadas desde la adhesión, Portugal puede dar testimonio de los beneficios de la integración europea. Los resultados han sido visibles no sólo en términos de estabilidad democrática sino también en lo que se refiere al aumento del nivel de desarrollo económico y social, sin par en nuestra historia reciente.

La necesidad de adaptarnos al acervo comunitario existente en la fecha de admisión, de competir en el mercado único y de crear las condiciones de convergencia para la adopción del euro implicó reformas profundas en nuestro marco jurídico y administrativo y en el modelo de funcionamiento de nuestra economía. A lo largo de este periodo de exigentes retos e intensos cambios, Portugal ha sido un aliado empeñado, solidario y activo en el proceso de construcción europeo.

La integración europea constituye un proceso, que ya tiene cincuenta años, hecho de enormes éxitos pero también salpicado por algunas fases de incertidumbre y de escepticismo. Se trata de una construcción única en la historia, difícil de reproducir en su dinámica específica pero que puede y debe continuar siendo fuente de inspiración para otros movimientos de integración regional en particular en América Latina.

Permítanme que aproveche esta oportunidad para subrayar algunos de los factores que considero cruciales para el éxito de la experiencia europea de integración.

Empezaría por el compartir valores comunes – libertad, democracia, derechos del Hombre y libertades fundamentales, Estado de derecho. Esa matriz de valores constituye el cimiento más sólido de construcción europea.

En segundo lugar, los principios fundacionales adoptados, especialmente el binomio subsidiaridad-solidaridad. Por un lado, aclarara los diferentes niveles de responsabilidad entre la Unión Europea y los Estados miembros y por otro, asegura la confianza de los Estados y de los ciudadanos en la profundización de la integración y refuerza el sentido de pertenencia a una verdadera comunidad.

La cohesión económica y social, uno de los más expresivos ejemplos de aplicación concreta del principio de solidaridad, firmemente anclado en los intereses comunes, se ha convertido, de hecho, en una señal distintiva del proceso de integración europeo y en una poderosa palanca de convergencia económica y de progreso social.

En tercer lugar el respeto por la diversidad. Europa se presenta como un continente muy diverso, muy plural, probablemente más dispar que Latinoamérica. Y aún así ha sido posible sacar adelante un proceso integrador respetando la diversidad como un valor precioso e inalienable. De ahí la complejidad y la sensibilidad del proceso de profundización de la integración europea. De ahí también, su riqueza y singularidad.

La Unión Europea es eminentemente, una construcción de Estados soberanos que deciden hacer una gestión de soberanía compartida en áreas en las que los intereses comunes son dominantes. Portugal que tiene una identidad fuerte y antigua de casi nueve siglos, ve la diversidad europea como un valor y no como un obstáculo.

La arquitectura institucional de la integración europea es otro de los factores de su éxito. Se trata de un modelo original que aunque conteniendo algunos elementos de cariz federal, no corresponde de hecho a un modelo federal convencional. Se apoya en buena medida, en una institución supranacional e independiente – la Comisión Europea – a quien le fue otorgada la responsabilidad de defender el interés común y al que sabiamente se le atribuyó el exclusivo derecho de iniciativa.

Pequeños, medios y grandes Estados miembros, culturas, lenguas y tradiciones diferenciadas y hasta rivalidades ancestrales, coexisten en el marco de la Unión Europea. Estoy convencido de que sin la Comisión, presidida actualmente por un portugués, no hubiera sido posible garantizar la coexistencia, coherencia y sostenibilidad al proceso de integración europeo.

Ya se ha recorrido un largo trayecto desde el Tratado de Roma hasta el Tratado de Lisboa acordado recientemente. Creo no exagerar al decir que la idea de unidad europea es una utopía que prácticamente se ha realizado. La prioridad de la construcción europea era al principio para la integración económica que la condujo de una Unión Aduanera hasta la Unión Económica y Monetaria de nuestros días. El euro, la moneda única europea, fue la culminación de un intenso proceso de integración amparado en la realización de un auténtico mercado único, de un espacio sin fronteras con cerca de 500 millones de habitantes, o sea el mayor mercado integrado y competitivo del mundo.

Ahora con el Tratado de Lisboa que va a ser firmado en diciembre próximo, el objetivo es profundizar en la dimensión política de la integración económica, mejorar la eficiencia, la transparencia y democratización del proceso de decisión comunitario y reforzar la eficacia de la Unión Europea en la escena internacional. Se ha transitado de una Comunidad Económica de seis Estados a una Unión de 27 miembros, prueba inequívoca de la atracción que ejerce el proyecto europeo de integración.

Este camino es una prueba también, de una creciente conciencia de que los desafíos de la globalización pueden enfrentarse más fácilmente en un marco de integración regional que saque ventajas de las sinergias de escala y potencie la capacidad de actuar en los foros multilaterales.

Las integraciones regionales contribuyen decisivamente para dar consistencia y equilibrio a la economía global. El mismo multilateralismo se beneficia de los proyectos de integración regional. Atrás ha quedado la tesis, que llegó a crear escuela, de que globalización era incompatible con integración regional. Al contrario, hoy está bien claro que la globalización para ser consistente y equilibrada, carece no sólo de un marco eficaz de disciplina multilateral pero también del soporte del multiregionalismo.

La experiencia europea demuestra claramente que la integración económica cuando se realiza de una forma equilibrada, consistente y gradual y con recurso a los instrumentos institucionales adecuados puede ser un factor de desarrollo económico y social, y de estabilidad y seguridad. Es aquí donde parece haber un reto que se coloca a América Latina.

Visto del lado europeo y teniendo en cuenta las afinidades y la convergencia de intereses de los países latinoamericanos, parece existir un elevado potencial aún inexplorado en materia de cooperación y de integración económica regional. Este es naturalmente, un reto que compete a los pueblos latinoamericanos dar respuesta.

Tanto Europa como Latinoamérica tienen interés no sólo en un orden multilateral sino en un mundo multipolar que evite cualesquiera tentaciones hegemónicas. El bilateralismo y el desarreglo de las relaciones económicas internacionales son contrarios a los intereses de ambas regiones.

Además de compartir con América Latina y el Caribe innegables afinidades históricas, culturales y lingüísticas, la Unión Europea es uno de sus mayores socios mercantiles y el principal inversor directo extranjero. Sin embargo, el potencial de las relaciones económicas, políticas y mercantiles entre la Unión Europea y América Latina está, todavía, insuficientemente aprovechado a pesar de la clara complementariedad que caracteriza a las dos regiones.

Señoras y Señores

Son razones muy fuertes, las que recomiendan el fortalecimiento de los lazos entre Europa y Latinoamérica. Creo que las divergencias de negociación, sobre todo en el plano mercantil, que se comprueban en el marco de Doha no pueden frenar la realización de la amplia agenda estratégica de intereses comunes a estas dos regiones del globo. Los beneficios mutuos de esa convergencia estratégica justifican bien un renovado esfuerzo por parte de todos los actores para superar los desentendimientos que persisten.

Para Portugal, está especialmente claro que es hora de reafirmar la prioridad estratégica que Latinoamérica debe representar para la Unión Europea. Los Estados latinoamericanos son Estados próximos a Europa en el sentido más profundo del término. En la era global en la que vivimos sería imperdonable no valorizar y no sacar todo el provecho de esa singularidad que nos une.

Muchas gracias.